Durante los últimos años se ha extendido el uso de probióticos en el ámbito hospitalario, pero fundamentalmente para prevenir o tratar enfermedades gastrointestinales o como complemento al uso de antibióticos.
En la actualidad sabemos que en el contexto de un ictus isquémico se producen cambios en la composición de la microbiota, con disminución de la motilidad intestinal, aumento de la permeabilidad de la barrera intestinal y fenómenos de traslocación bacteriana aumentando el riesgo de infecciones post-ictus. La principal complicación infecciosa en la respiratoria, que además prolonga estancia hospitalaria y supone una de las principales causas de muerte en estos pacientes.
Los factores de riesgo para el desarrollo de infecciones respiratorias postictus son bien conocidos y se relacionan directamente con el riesgo aumentado de broncoaspiración: disfagia, disartria, compromiso de musculatura bulbar, inmovilidad y grado de hemiparesia. Además de la posible broncoaspiración, en la actualidad se plantea un papel importante en la infección pulmonar de las poblaciones bacterianas que provienen de la flora intestinal del propio sujeto en el que, tras la ruptura de la barrera intestinal tras el ictus, alcanzarían el pulmón por vía sistémica. En este sentido, más del 70% de las especies bacterianas detectadas en pacientes que han sufrido una infección respiratoria tras un ictus serían flora intestinal anaerobia saprófita habitual (Enterococcus spp., Escherichia coli y Morganella morganii). Aunque las vías de diseminación no están del todo establecidas, las bacterias alcanzarían la circulación sistémica y posteriormente el pulmón, y esto estaría en relación con la alteración de la permeabilidad de la barrera intestinal que acontece a las pocas horas de haber sufrido un ictus.